“Educar para la vida”, ésta ha sido por mucho tiempo la frase orientadora de todos los esfuerzos desarrollados en pos de la educación. Pero en nuestra búsqueda incansable, se vuelve imperativo pensar juntos el para qué de la vida. Sentimos que hemos considerado la educación como algo externo al ser humano y hemos recorrido todos los caminos posibles en ese sentido.
Creemos que ya es tiempo de que volvamos a pensar desde un ángulo distinto y superador a la educación, el de la integración del hombre en todas sus dimensiones: cuerpo, mente y espíritu. Si la vida tiene un propósito -aunque hoy pareciera no tenerlo- cada uno debe encontrar cuál es el de su propia vida, y es la educación la que debe proporcionar las herramientas para su descubrimiento.
Ser lo que hemos venido a ser, hacer del mundo el lugar en que cada uno, tocando su profunda esencia, entrega sus dones.
Si existe un llamado a ser, la educación debería ser el vehículo por excelencia de ese llamado. Una educación que permita al hombre comprender, a través del conocimiento y de la experiencia, que el adentro y el afuera nos hablan de lo mismo, que lo que se desata en una dimensión también se desata en otras y, consciente de ello, trabaje la transformación del mundo desde el mismo centro de su Corazón.
El desafío es enorme, incluye la necesidad de transformarnos también, no sea cosa que nos puedan endilgar aquella frase de Leon Tolstoi “Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”.
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